El placer es aquello cuya forma resulta perfecta en todo momento, piensa Aristóteles. En el placer no hay movimiento, todo movimiento se da en el tiempo y se dirige a un fin. Puro acto, algo en el instante que se completa, el placer nunca se dirige. De ahí que no puedan confundirse placer y pensamiento, placer y sensación. Excluido del tiempo, el placer suprime toda diferencia, dentro del placer el sujeto se confunde con el objeto y cada objeto con otro.
Resultado de la correspondencia, de la quieta simetría entre objeto y sujeto, el placer viene a terminar algo, a darlo por terminado. El placer es el modo perfecto de una cosa cualquiera. Así como cada cosa termina, así como debería.
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